Oda al Esfenoides

«Es una pelvis, cierto?», me preguntan, dudos@s al ver mi logo, hm…sí, y un lado es una ala de mariposa que sale de la pelvis…

Tenemos memoria visual, iconográfica, menos estudiada que la semántica pero incrustrada en cada un@ de nosotr@s y busca correlatos, porque uno de los espacios anatómicos más representados es sin duda la maravillosa pelvis en todas sus variantes representativas. Pero no, en este caso no lo es; vendría a ser un@ herman@ menor, por su parecido en forma: el hueso esfenoides.
He decidido tomar estas preguntas y dudas de amig@s como impulso para dar a conocer a un@ de nuestr@s más peculiares habitantes.

En el proceso de elegir un lugar en el cuerpo para que me representara a través de un logo, tuve una visión muy clara de que tenía que ser el esfenoides. Para mí reúne y amalgama gran parte de mi esencia y todos aquellos espacios que atravieso y a los que he querido dedicarme. Pero primero un poco de anatomía, para localizar, visualizar y sensar este espacio, ¿Me acompañas?

El Esfenoides se encuentra en el interior de la cavidad craneal, pequeño, frágil y escondido, es tal vez el más desconocido y a la vez uno de los huesos más representativos de nuestro cuerpo.
Su forma es parecida a la de una mariposa o incluso un murciélago, con sus alas desplegadas – un recordatorio más de que nuestra anatomía, nuestros cuerpos son resultado y parte de la anatomía universal presente en toda estructura viva – pars pro toto. En su parte central, en una pequeña depresión se aloja nuestra hipófisis, en un lugar llamado silla turca. Es considerada la glándula maestra de nuestro cuerpo, en especial del sistema endocrino ya que controla la segregación hormonal a fin de regular y estimular otras glándulas endocrinas (suprarrenales, tiroides, ovarios o testículos).
En la parte inferior y lateral del esfenoides aparecen dos pequeñas prolongaciones, como patas: las apófisis o procesos pterigoides, desde los cuales se originan los músculos involucrados en la masticación. En la parte lateral y anterior, nacen las alas de nuestra mariposa ósea; las alas mayores del esfenoides, que configurarán la sien en su parte más lateral uniéndose al hueso parietal, temporal y frontal. Las alas menores se abren paso desdel interior al exterior del cráneo ya que conforman la parte posterior de la cavidad orbitaria. Ahí se encuentran el nervio óptico, imprescindible para la visión, así como otros nervios craneales involucrados en el movimiento de nuestros ojos. Un dato particular más es que el esfenoides es el único lugar en el cuerpo en el que nervios y arterias discurren dentro de una vena, los nervios craneales y la arteria carótida interna.

Estamos ante una estructura ósea con un papel fundamental en el recorrido y protección del sistema nervioso, relacionado con el habla y nuestros sentidos.
En la osteopatía craneosacral, en la que me estoy adentrando a pasos lentos y fascinados, se le da el sobrenombre de «la llave del cráneo» por ser el único hueso que se articula con todo el resto de los huesos del mismo, afectando cualquier movimiento de éste al resto del craneo, hacia la medula espinal en dirección sacro.

Este es nuestro misterioso esfenoides, que elegí como representante de mi recorrido vital y mi persona.
Me identifico con el espacio que ocupa, casi pasa desapercibido pero a la vez es de suma importancia, actuando como en una especie de retaguardia, se esconde y al mismo tiempo aprende a relacionarse con su alrededor, en contacto, en movimiento; un movimiento muy sutil, a veces mínimo, pero poderoso por su afectación global.
El hecho de que se encuentre en el craneo me conecta con mi dedicación al yoga – que en su esencia y origen es el «cese de las fluctuaciones de la mente“ (yogaś cittavṛittinirodhaḥ – 1.2. Yogasūtra. Patanjali). Fluctuaciones que dependen del esfenoides. Asimismo, en la anatomía sutil, nuestro hueso estaría situado detrás del tercer ojo, el Ajna Chakra como centro de la intuición y del conocimiento elevado equilibrando emoción y razón.

A la vez lo relaciono con la danza, vinculada al vaivén del movimiento de nuestra mariposa ósea, que se mece, en calma. Lo que entrelaza a ambos, al yoga y a la danza, no como contrarios sino como complementarios es la educación somática, el vivenciar de la propia anatomía. De toda la miscelanea ósea, este es un lugar no visible, intrínseco y de valor, perceptible si un@ se abre a la trayectoria de explorarse en profundidad y ser llevado, sentido, danzado hacia una mentecuerpo maleable, firme, resiliente, permeable- hacia la marea interna, por que al fin y al cabo todo nos conmueve.

Un especial agradecimiento al arista y amigo Jiroz por dar rienda suelta a su creatividad y no mandarme a tomar viento fresco en el proceso.

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