Terra Incognita

Alrededor del S XV los primeros mapas antiguos eran llamados Terra Incognita, los territorios desconocidos, no explorados, donde aún se tanteaba a oscuras, con el corazón explorador, tristemente colonizador en muchos de los casos, para ocupar y «hacerse» con el espacio ya habitado.

Los mapas, mapas mundi, de ciudades, montañas y demás geografías ya me fascinaban de pequeña. Cómo y desde donde orientarse, estar abierta a perderse y a encontrarse a micro-escala de todo una vastedad por explorar, ya sea el Paseo de la Castellana, la ruta GR -11, el plano del piso anunciado en la inmobiliaria, los confines de Sierra Leone o la constelación de Andrómeda. Esta mañana leía que queremos «colonizar» la Luna y Marte… señal de que no entendimos nada.

Hablo con recurrencia de que considero que somos Cosmonautas, nos exploramos en movimiento constante, de adentro hacia fuera y viceversa, en una corriente contínua. Somos parte de un macrocosmos y nos habitamos dentro de un microcosmos en correspondencia directa, nuestro ‘cuerpomente’. Nos empeñamos en conocer, explorar, escudriñar, persuadir, apropiar territorios externos, el espacio que compartimos – es un bello menester si lo exploro con respeto y sin afán de conquista – y aún así nuestro foco sigue ahí fuera, de la piel hacia el mundo y tan pocas veces de la piel hacia dentro.

Éste es uno de los motivos por el cual decidí dedicarme al cosmos, al espectro, a los espacios, las cuestiones entorno a la relación con el propio cuerpo, a lo que llevamos con nosotros y a la vez somos, encarnada-mente. Ver mi cuerpo por fuera y poder sentirlo por dentro, apasionante capacidad humana, tan poco explorada. Visitar mi riñón derecho, respirar hacia mi dedo meñique, sentir el latido de mi corazón en diálogo con mi inhalación, el espacio entre costillas; aplicar la atención plena, la presencia a cómo el cuerpo que soy se comunica, explorar ese diálogo, desarrollar la interocepción, aventurarnos al sabernos escuchar y no tener que delegar nuestros cuerpos, nuestra sabiduría a terceros, o si más no, depender de ella.

Nuestra Terra Incógnita – que más que cognitiva/ sabida sería también y a su vez sentida- sigue siendo el laberinto del cuerpo, tan inminente en su cercanía y tan lejano a la vez. Vivimos con esta contradicción, seguramente necesaria, para poder hacer camino y entrar en contacto con la inteligencia del organismo vivo que somos.
Sentir y saber van de la mano y conforman nuestra consciencia. Esto, para los escépticos cartesianos, como la que fui en su momento, frunciendo el entrecejo a cada aparente inverosimilidad, recordarles, que si necesitan una corroboración «científica», la tienen. ( Esto valdría para otra entrada de este Blog 😉

¿Cual es tu experiencia directa para contigo mism@.? ¿Cual es la experiencia de ser tú en contacto con tu habitat interno…puedes no pensarlo? ¿Puedes ir hacia el simple acto de ser consciente, de sensar lo que está debajo del espectro meramente cognitivo?
«Let your mind drop into your body» me decían en las primeras clases de Educación Somática: ¿Puedes dejar que el cerebro «caiga» hacia el cuerpo? La caída libre del cerebro hacia el cuerpo del que a su vez forma parte es espectacular y no hay vuelta atrás porqué, al fin y al cabo la separación la hemos creado nosotros, no nuestro organismo. ¡Salta valiente!

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